lunes, 30 de enero de 2012

Ciudadanos!!!


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Así es la naturaleza de nuestra sociedad: el paroxismo humano que “toma” la calle para celebrar un gol y coloca banderas en los balcones, difiere demasiado de la queja anodina del funcionario que tiene que aportar un 5% de su sueldo para paliar la crisis económica. Afortunadamente hemos evolucionado mucho desde Roma: ya no es necesario que muera ningún cristiano devorado por ningún león para distraernos por un rato de la ineptitud de nuestros gobernantes.
M.G.  - 30/06/10

Algo contigo.


Él despliega graciosamente unas alas como de ángel y agita una brisa fragante. Ella le seguiría, claro, pero las rocas volcánicas carecen de plumas.

M.G - Sept/2010

Como un bendito


                                                                                         Escena en el Palacio del Rey Minos en Cnosos.

Los primeros años, recién adoptado el acuerdo con Atenas, el Minotauro era una mala bestia, es cierto. Al pan, pan y al vino, vino. Ya cuenta la leyenda que se comía a las vírgenes, aunque no a todas, pero lo que no dice la leyenda es cómo las mataba. En fin. Una mala bestia, y me quedo corta. El día desgraciado y último de Athiana, ya por la tarde, cansada de llorar y maldecir nuestra suerte, salí a la torre desde la galería exterior de nuestra estancia y le vi, sentado en el ruinoso muro de la terraza sobre el acantilado, comiéndose la mano de la chica, agarrando por la muñeca el brazo desgarrado que aún conservaba el brazalete. Rechupeteaba con delectación los huesecillos de los dedos. Pero aún había en la terrible escena el más inconcebible, para mí, de los detalles: sentado como estaba en un saliente, movía en el aire los pies que le colgaban, realizando con cierta gracia, círculos perfectos. Como un bendito.

M.G. - 13/05/10

Dirección obligatoria

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Esta tarde decido ir, aunque no sé muy bien a dónde voy. Viajo sola (como viajamos todos en realidad) por esa carretera rectilínea, legendaria, custodiada por los postes de la luz. Una y otra vez vuelve a mí, fiel, la emoción del vértigo en cada cambio de rasante. El coche de esta tarde es viejo y cochambroso, y apoyo el antebrazo en la ventanilla bajada, como siempre soñé que haría cuando aprendiera a conducir. En la guantera he encontrado unas gafas de espejo que no me quedan del todo mal. Un sol fucsia se une deformado a un horizonte que aún no llega a ser tangente y el aire se refresca por momentos. A ambos lados se extiende algo parecido a un desierto, pero no lo es. Es un espacio surcado por las carreteras solitarias de los otros. M.G.



 sept-2007

Underground Odissey


                                                                                    John William Waterhouse - Ulysses and the Sirens (1891)

Todas las mañanas, en su trayecto hacia el trabajo, él la busca al entrar en el vagón, y cuando la divisa, se aproxima todo lo que puede, salvando la multitud hacinada. Permanece de pie, concentrado, todo ojos y oídos. La joven sirena tararea bajito, sin pudor, la canción de turno que reproduce su Ipod. Él siente como la dulzura aparente de ella y su canturreo envolvente lo van atrapando. Y en el mismo túnel, cada día, ella al fin lo mira, o mejor dicho: le clava los ojos. Él está a punto de olvidar todo su mundo, incluso a Penélope, pero entonces su destino acude a rescatarlo: Estación Itaca. Enlace con líneas 3 y 11.

M.G. 03/05/10

P.

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_Ellas sobran_ hemos podido decirnos en silencio cualquiera de las tres. Tres mujeres y tú, paseando por la playa, dejando atrás el entarimado que parte del bulevar y acercándonos a la arena mojada que lame el mar. Al otro lado, nuestro hotel y el resplandor de la ciudad en la noche. Un paseo marítimo con luces de Navidad es algo extraño para alguien de interior, acostumbrada a caminar bajo campanitas y hojas de acebo luminosos, pero entre escaparates, como piezas inseparables de un decorado formal. Hay una hermosísima luna recién despegada del horizonte. No está arriba, lejana, celeste. Es una luna a nuestro nivel, hermanada y terrestre. No hace falta admirarla desde abajo, sino al frente. Siento un escalofrío, pero no es por la brisa del mar; es que te miro de reojo y se me ocurre pensar, qué tontería, que pudieras ser el hombre de mi vida. Te le pareces tanto...
Las olas son discretas y rompen quedamente. Y la espuma se desvanece en la arena una y otra vez, ola tras ola, siglo tras siglo. Hace una eternidad que nadie dice nada, y no seré yo quien rompa la magia del instante y menos con la chiquillada que se me acaba de ocurrir. Pero el júbilo me devuelve la espontaneidad que va robando el paso de los años.
_ Parece que hubiera un banco de sardinas justo ahí_ y señalo el romper de la ola en la franja de agua que ilumina la luna. Es un romper de plata.
_ Riela _ dices con una boca que sonríe.
_ ¿Riela? ¿qué es eso? _
_ El brillo de la luna en el mar _
(Pienso: ¡ah, sí! Como en los versos de Espronceda. Me apuesto el cuello que eres profe de literatura. Anda, recítame a Espronceda)
Yo me habría quedado allí contigo para siempre. Ya sabes como somos las mujeres cuando nos aletean las maripositas esas. Pero las otras dos llevan zapatos de señorita y están deseando volver al entarimado a quitarse la arena. Yo, con mis botas camperas blancas, me habría quedado allí contigo para siempre. No supe entonces que, para empezar, no te gustan las chicas con look de cowboy. 

M.G - Enero 2007

Compartiendo


                                             Torrejón el Rubio - 15/08/08

Somos invariablemente uno. Bajo ninguna circunstancia salvaremos la soledad implícita en la individualidad del ser que habitamos, la distancia con la otredad. Nada, ni el amor, ni el sexo, podrá llevarnos o traernos profundamente al otro, por muy cerca que sintamos el ajeno latido. Entramos en la vida solos y salimos de ella solos. Y en el transcurso entre esos dos momentos, la comunión con el otro, en el mejor de los casos, no es más que una bella ilusión. Una ilusión necesaria y bastante para compartir, incluso felizmente, tiempos y espacios.

M.G. 03/05/10

G.


Chestita Baba Marta - Fiesta de la primavera -Bulgaria



Después de ti, ha quedado un velo en mi pensamiento, como una niebla acogedora y tibia, de donde no quiero salir aún, porque aquí nada deseo y nada urge. Ni siquiera tú puedes entrar, no vayas a despertar al perro que se abrió paso a dentelladas a través de mi estómago y parece haberse quedado al fin dormido.
Pero ya ves, que en este lugar onírico huele a ti y suenan instrumentos antiguos y voces que cantan a las cosas sencillas, al lugar donde la naturaleza y la vida encuentran un camino posible. Allí donde somos capaces de convivir con los fantasmas.
Desde aquí puedo transportarme ahora a aquella fuente escondida donde dos ríen y juegan con el agua. También puedo aspirar hasta elevarme como un globo, aquel aire de invierno que les enfrió el rostro, surcando los parajes extraordinarios y los otros.
Encontrarás mil veces la sima oculta en el bosque, pero no esperes que sea igual. Nunca nada lo es.
M.G.





Cierro los ojos y contemplo un paisaje. Junio. El deshielo. Pájaros negros como gigantes cuervos dominan majestuosos las corrientes de aire. Sobre este promontorio en que me hallo, al borde del precipio, recobrar el equilibrio a cada golpe de viento, me provoca esa gozosa sensación de vértigo en el estómago. Esta mañana la estepa, y al fondo las montañas, se muestran sublimes ante mí. Si me detengo a analizarlo, me digo a mí misma que será por la luz, por los colores del cielo. El sol de la mañana hoy produce un efecto especial: sobrecoge y atrapa, como la picadura inmovilizante de algún insecto exótico. Es una luz que rebosa la novedad del día. Así debió ser el día primero. Con voluntad, me concentro para intensificar la emoción que me produce el horizonte, físico y lejano. Y no defrauda; no como los sueños largamente soñados y al fin cumplidos. Y así como una cifra puede ser dividida infinitesimalmente, esta instantánea podría atraparme y sumirme para siempre en la experiencia sensorial que... (Uff!, sinceramente, no sabía qué escribir para meter algún tema de Husnu Senlendirici, caray. Nunca ha estado en Turquía, pero alguna estepa habrá, digo yo, por pequeña que sea, y algún trozo de hielo se fundirá en junio, aunque sea en el té caliente de algún vasito de cristal tallado. Y los pájaros, bueno, a lo mejor son cuervos. Y con respecto a los sueños, pues ¿qué puedo decir?, el que gusta de la vida, siempre se las ingenia para mantener un sueño inalcanzable.)

M.G. 03-05-10

Pinar en la Pedriza

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Crepitan las agujas de los pinos bajo mis pies pausados, las ramas desprendidas con penachos de líquen y retazos de corteza con musgo. Alejada del sendero, perdida de mí misma y encontrada por estos recios árboles que vigilan mi incursión solitaria. ¡qué magníficos e inhiestos ejemplares!
Un haz de luz que llega hasta una gota de resina hace relucir su transparencia de oro y brilla, como una tentación de miel amarga o lágrima ambarina de una pena de árbol que brota de su centro. Festival en su tronco de rojos y marrones, de hendiduras y capas, de lisuras y grietas.
Con los ojos cerrados, acaricio este tronco de pino y ocurren sus texturas, de corteza, de escamas, de vegetal soberbio en las palmas confiadas de mis manos. Aquí la está la resina, puedo olerla y sentir su tacto pegajoso entre los dedos, casi líquido, templado aún por el calor que acaba de dejar el mediodía.
No es ésta una sombra total que me cobija. Sombra, sí, pero se filtra un sol todavía alto y me llega discreto y tamizado, a través de la masa de agujas en las copas tupidas. Brilla el polvo mecido por la brisa y brillan los insectos debutando en sus vuelos y zumbidos.
Un cuco lejano da la hora del bosque, y sobre mí algún pájaro, a resguardo en sus alturas, alegre y confiado, me regala su trino indescifrable. Zigzaguean en parejas mariposas azules, así como zigzaguean mis pasos evitando las ramas de las zarzas, sus espinas nuevas, ocultas entre helechos.
Salpicado está el bosque por moles redondeadas de granito, vestigios de prehistoria que bordeo, buscando la fantástica entrada a submundos de cuento. En una de estas rocas, que se ha resquebrajado tal vez antes de aparecer el bosque mismo, y en una de sus grietas, se ha consolidado la fuerza de la vida, y ha crecido un enebro, de tronco ya leñoso.
Un arroyo que baja le regala a esta estampa su sonido de agua, su aroma de humedad y a sus veredas vida, que se traduce en verdes suculentos, concentrándose las formas y especímenes. Qué nítidas las piedras bajo el agua, mojados sus colores.
Aspiro enardecida la gracia de este bosque y quisiera llevármela en el pecho. Ah!! desear poseer... ¡cómo te pareces al amor!!
Y entonces me doy cuenta de que es el bosque así como me gusta. Tan suyo, en su lugar y ajeno a lo que existe más allá de sus lindes. Reducto refrescante y arraigado. No quiere oír hablar siquiera de pasiones flamígeras. Y vive de las savias que fluyen de la tierra, para erigir sus miembros hacia la luz del cielo.
M.G.


Quimeras


"La Quimera de Arezzo"

Mi padre le compraba libros a un señor que iba por las casas. Yo recuerdo que aquel hombre nos mencionaba mucho a mi hermana y a mí en sus conversaciones con mi padre, sentados todos en el comedor, mientras trataba de venderle todo tipo de enciclopedias y libros de consulta. “Que si las niñas necesitan crecer en un hogar con libros”, “que si las niñas esto”, “que si lo otro”.
Mi padre le compró, entre otros, dos grandes volúmenes sobre historia del arte y aunque la mayoría de las fotos eran en blanco y negro, periódicamente se sucedían unas láminas en color a toda página, protegidas con una hoja de papel cebolla que las precedían. En una de ellas aparecía la maravilla etrusca llamada “La Quimera”, una escultura de bronce datada aproximadamente del siglo IV a. C., encontrada en unas excavaciones en la Toscana, por el XVI, y que representa una criatura animal mitológica. Aquella pieza, sin que llegara a ser en ningún modo temor, despertaba en mi imaginación las más fantasiosas fabulaciones. Recuerdo perfectamente haber llegado a levantarme de la cama, en mitad de la noche para volver a mirarla. Me tenía fascinada.
Muchos años después, en Roma, aquel verano de 2003, que hizo tanto calor en Europa, a 44ºC y una tensión arterial por los suelos, no sé ni cómo accedí a acompañar a Olimpio a visitar “Villa Giulia”, en las horas de la tarde que los otros habían decidido sabiamente retirarse a disfrutar del aire acondicionado en las habitaciones del hotel.
Por un módico suplemento convenimos en visitar también una exposición temporal de piezas provenientes del Museo Arqueológico de Florencia. Recorrimos primero las salas de aquella villa, recreándonos en los detalles de aquellos restos antiquísimos, cerámicas decoradas en rojo sobre negro y negro sobre rojo, la dulce pareja etrusca sobre el sarcófago y otras muchas maravillas. Al llegar a la exposición temporal, cuál no sería mi sorpresa que allí se encontraba ella, soberbia, lustrosa, la original “Quimera de Arezzo”. ¡Si el mundo será grande y lleno de museos! Y allí me topaba por casualidad y sin buscarlo con uno de los fetiches de mi infancia. Le relaté conmovida a mi amigo mis recuerdos de niña sobre aquella escultura.
El continuó la visita y yo permanecí largos minutos absorta contemplándola, apoyada en la pared porque apenas me soportaban las piernas del cansancio, del calor, de la emoción desatada por el poder que tienen los recuerdos que se presentan tan de improviso.
Al cabo del rato decidí por fin continuar mi camino y allí quedé aquella Quimera mía, la de Arezzo, digo, porque quimeras, lo que vulgarmente conocemos por quimeras, también aparecen por doquier y de improviso, pero no siempre es tan fácil dejarlas atrás.

M. G. - 03/05/10

Melancolía


Acababa de despertar de un breve sueño, y a medida que recuperaba la vigilia, adquiría una gradual consciencia de una infinita melancolía. Esa vieja sensación que le era tan familiar, tan suya. La misma que la asaltaba en la niñez por las tardes en que hacía los deberes en el cuarto de estar y miraba a su madre coser, sin que ésta se diera cuenta, sentada en aquella silla baja de enea. La misma que en la adolescencia la llevaba a encerrarse en su habitación a escuchar la radio y a manipular veloz la grabadora de casettes al escuchar alguna canción que le traía recuedos. O con la que volvía en el coche con su marido, ambos en silencio, de aquellas excursiones relámpago de domingo. Por ese motivo no achacó aquella melancolía al hecho de reconocerse mayor en aquella estampa puntual: recién despertada de una intempestiva siesta, sentada en ese artículo de adultos que es un sillón de orejas, los pies en alto sobre el baúl apoyados en un cojín, la novela en el regazo. No podía recordar si había soñado, pero se sentía como si le hubiesen arrebatado de golpe algo muy valioso o no hubiese sido cierto. Bien podía haber sido un sueño de amor. De un dulce amor consolidado.
A través de los cristales miró al cielo, atraída por los gritos de los pájaros que revoloteaban en círculo con sus picos abiertos, y contempló el atardecer, evocado en los destellos de la luz rosada de poniente, reflejada en el pecho blanco de las golondrinas.

M.G. - 03/05/10