domingo, 22 de abril de 2012

Luz, serotonina, alegría, corazón, qué sé yo!!


                                             Google cursilerías, digo imágenes.

Llevo, sin proponérmelo, toda la santa mañana contactando de una forma u otra con gente para darle sinceramente las gracias por algo.
¿Será la causa por la que mi corazón late contento y pleno? ¿o será el efecto?
Ay!

domingo, 15 de abril de 2012

De vuelta.

                                          

  Valle de Baztán- Navarra. Semana Santa-2012


Me acurruco en el gallinero: la fila corrida de asientos al final del bus. Sobre mi chaqueta enrollada apoyo el hueco de la nuca. La mayoría dormita estas primeras horas de trayecto después de comer. La humedad se respira en este espacio cerrado, formada por nuestras ropas y paraguas empapados, la calefacción y el frío exterior. De vez en cuando irrumpen las carcajadas de Javier vacilando con las chicas. Amalia va sosteniendo el equilibrio por el estrecho pasillo entre los asientos,  mientras va pasando la hoja de las direcciones de correo para intercambiarnos fotos e intentar mantener un contacto que tiende a expirar una vez acabado el viaje y fuera de su contexto.  Fernando duerme tendido en el resto de los asientos a mi lado. Se estremece cuando sus pies sin botas alcanzan el montón de cosas que he dispuesto a mi izquierda. Levanta la cabeza y dice “perdón”. Sobre las bandejas toda una gama de colores aplicada a la última tecnología en prendas térmicas, impermeables y transpirables.  Viaje de vuelta: el paréntesis se cierra.
Contemplo el paisaje lejano tras la ventana surcada por multitud de gotas de lluvia que siguen el mismo recorrido. Un horizonte formado por la  silueta escarpada de montañas al fondo, oscura, recortada bajo un cielo nuboso y gris.
Ya es mía para siempre, como toda experiencia, la ascensión del Saioa, y mientras la recuerde, la majestuosa imagen al descender y abrirse las veloces nubes sobre  nosotros y sobrecogernos la nitidez brutal del verde mojado y brillante de Navarra. La conmovedora imagen de aquellos individuos detenidos ante la inesperada visión. (Arriba nos había nevado y vapuleado el viento con saña.)
Ahora en el bus, rememorando el viaje, cierro los ojos y revivo el paseo de hoy por el “Señorío de Bértiz”, y en este sopor, imagino, sueño o intuyo, no sabría definirlo, toda suerte de rincones y escondrijos por el hayedo, inaccesibles oquedades para el hombre. 
De pronto, como si fuera yo un cérvido, siento un pulso  acelerado como de corretear por las laderas ocres y empinadas, haciendo crujir levemente la hojarasca  aun mojada, bajo mis cuatro patas. Todo ese manto húmedo de otoños estratificados y brinco sobre las hayas abatidas, sobre los putrefactos tocones donde la vida  invisible se alimenta de la muerte evidente. Alcanzo un regato y asciendo por él,  para no dejar huellas.  Escucho el sonido seco de las piedras al chocar unas con otras bajo mis pezuñas...