domingo, 26 de febrero de 2012

La sabiduría del cuerpo.

                                             Domingo 27/02/12; 09:15 h.

Es algo así como la magia. El truco consiste en que es veintimuchos de febrero y son apenas las nueve de la mañana, motivo por el que el planeta Tierra tiene en este instante esta posición exacta en la rotación de su eje y alrededor de sol, no hay nubes sobre mi ciudad, la puerta de la terraza está abierta y el sol se refleja en el cristal, proyectándose su luz dentro de mi cocina. Así de casual y ajeno a mi voluntad. Así de regalado.

Lo que no sé con exactitud es qué ocurre en mi cerebro que de repente soy muy feliz. Soy yo, la de siempre, la que sigue disfrutando como una loca con estos placeres incuestionables y efímeros. Nada privilegiados y gratis. Sentidos con los sentidos.

Y entonces me viene  a la memoria aquel párrafo que copié en mi agenda, del libro prestado: "La mujer que buceó en el corazón del mundo" de Sabina Berman :

"... Descartes no sólo escribió sobre la forma humana de pensar. Escribió otros libros sobre la forma de hacer ciencia, que afortunadamente nunca leí. Y también escribió hacia el final de su vida un libro muy delgado sobre la felicidad que sí leí, y que es por desgracia menos conocido que los otros. Después de muchas palabras y veinticinco hojas, Descartes escribió que la felicidad es un asunto de los sentidos. Ver, oir, tocar, oler, saber con la lengua; esa es la felicidad. Para ser feliz basta sentir con los sentidos y sin palabras. Basta estar con el cuerpo entero en la realidad..."

(Sublime momento de luz al que hay que añadir el agradable frescor que entra de fuera y evoca premonitoriamente el final del invierno, el sonido del canto de los pájaros y el glorioso desayuno de taza y media de café con leche con tres descomunales porras recien hechas. Tres.)

M.G.H.

sábado, 25 de febrero de 2012

Mañanas de sábado con Radio 3.

                                             Humedades bajo la puerta del baño- Bansko (Bulgaria)- Jun/08




Este fin de semana le tocaba a mi hermana quedarse con nuestra madre y yo, tenía verdadero mono de estar en casa, y la casa, necesidad de ser limpiada y puesta en orden.  Me levanté a las ocho y media creyendo que era una hora más tarde. Cada vez me equivoco más a menudo al mirar los relojes. (Ah, caray!! No sé qué diablos puede neurológicamente significar esto).
Como “La Banda de Marcial” no había propuesto nada esta semana, decidí no salir con las agencias de senderismo, y es que ya me he acostumbrado a no pagar por caminar. Así que durante toda la mañana y hasta bien entrada la tarde, me he dedicado a hacer tareas domésticas, labores de ama de casa, pero en mi propia casa. 
He disfrutado, como siempre, escuchando los programas musicales de Radio Tres, comenzando con un programa para niños en el que participaba Juan Gamba, aquel chico encantador que nos dio el cursillo de “clown y cuentacuentos”. Después las músicas del mundo de “El Este” y “Mundo Babel”. En el primero, además de viajar con el alma a lugares remotos por  el tiempo y el espacio a través de su música, es gozoso también escuchar el guión de la locutora. Os enlazaría con el programa de hoy de “Mundo Babel” pero no tiene podcasts actualizados, lo cual considero que es una verdadera pena. Sí es posible volver a escuchar el primero, que os recomiendo encarecidamente:
Y para terminar esta entrada, y siguiendo con Radio Tres, reproduzco aquí la frase con la que al gran y polifacético  Ramón Trecet le gustaba terminar sus programas de “Diálogos Tres”.
Buscad la belleza. Es la única protesta que merece la pena en este asqueroso mundo”.
M.G.H.

viernes, 24 de febrero de 2012

Pues claro que sí: Spinoza


Altos Pirineos - Sept-2009

De la obra: “Ética demostrada según el orden geométrico” (1675) Spinoza.

"De la parte tercera: de la definición y naturaleza de los afectos

“DEFINICIÓN GENERAL DE LOS AFECTOS:
Un afecto, que es llamado pasión del ánimo, es una idea confusa, en cuya virtud el alma afirma de su cuerpo o de alguna de sus partes una fuerza de existir mayor o menor que antes, y en cuya virtud también, una vez dada esa idea, el alma es determinada a pensar tal cosa más bien que tal otra. EXPLICACIÓN: Digo, en primer lugar, que un afecto o pasión del ánimo es una idea confusa. En efecto: hemos mostrado (ver Proposición 3 de esta Parte) que el alma sólo padece en la medida en que tiene ideas inadecuadas, o sea, ideas confusas. Digo, además, en cuya virtud el alma afirma de su cuerpo o de alguna de sus partes una fuerza de existir mayor o menor que antes. En efecto: todas las ideas que acerca de los cuerpos tenemos revelan más bien (por el Corolario 2 de la Proposición 16 de la Parte II) la constitución actual de nuestro cuerpo que la naturaleza del cuerpo exterior; ahora bien, esta idea que constituye la forma de un afecto debe revelar o expresar la constitución misma que el cuerpo, o alguna de sus partes, tiene, en virtud del hecho de que la potencia de obrar del mismo, o sea, su fuerza de existir, aumenta o disminuye, es favorecida o reprimida. Pero debe observarse que cuando digo una fuerza de existir mayor o menor que antes, no quiero decir que el alma compare la constitución presente del cuerpo con la pretérita, sino que la idea que constituye la forma del afecto, afirma del cuerpo algo que implica, realmente, una mayor o menor realidad que antes. Y, puesto que la esencia del alma consiste (por las Proposiciones 11 y 13 de la Parte II) en afirmar la existencia actual de su cuerpo, y puesto que nosotros entendemos por «perfección» la esencia misma de una cosa, se sigue, por consiguiente, que el alma pasa a una mayor o menor perfección cuando le acontece que afirma de su cuerpo o de alguna de sus partes algo que implica una mayor o menor realidad que antes. Así, pues, cuando he dicho más arriba que la potencia de pensar del alma aumentaba o disminuía, no he querido decir sino que el alma había formado de su cuerpo, o de alguna de sus partes, una idea que expresaba una realidad mayor o menor de la que con anterioridad había afirmado de su cuerpo. Pues la importancia de las ideas, y la potencia actual de pensar, se valoran a tenor de la importancia del objeto. He añadido, en fin, en cuya virtud también, una vez dada esta idea, el alma es determinada a pensar tal cosa más bien que tal otra, con el objeto de expresar asimismo, además de la naturaleza de la alegría y la tristeza —que la primera parte de la definición explica— la naturaleza del deseo.” PROPOSICIÓN LV: “Cuando el alma imagina su impotencia, se entristece”: Demostración: La esencia del alma afirma sólo aquello que el alma es y puede, o sea: es propio de la naturaleza del alma imaginar solamente lo que afirma su potencia de obrar (por la Proposición anterior). Así pues, cuando decimos que el alma, al considerarse a sí misma, imagina su impotencia, no decimos sino que, al esforzarse el alma por imaginar algo que afirma su potencia de obrar, ese esfuerzo suyo resulta reprimido, o sea (por el Escolio de la Proposición 11 de esta Parte), que se entristece. Q.E.D. Corolario: Esta tristeza es tanto más alentada en la medida en que el alma imagina ser vituperada por otros, lo cual se demuestra del mismo modo que el Corolario de la Proposición 53 de esta Parte. Escolio: Esa tristeza acompañada de la idea de nuestra debilidad se llama humildad; y la alegría que surge de la consideración de nosotros mismos se llama amor propio o contento de sí mismo. Y como esta alegría se renueva cuantas veces considera el hombre sus virtudes, o sea, su potencia de obrar87, de ello resulta que cada cual se apresura a narrar sus gestas, y a hacer ostentación de las fuerzas de su cuerpo y de su ánimo, y por esta causa los hombres son mutuamente enfadosos. De ello se sigue también que los hombres sean por naturaleza envidiosos (ver el Escolio de la Proposición 24 y el Escolio de la Proposición 32 de esta Parte), o sea, que se complazcan en la debilidad de sus iguales, y, al contrario, se entristezcan a causa de su virtud. Pues cada vez que uno imagina sus propias acciones, es afectado de alegría (por la Proposición 53 de esta Parte), y tanto mayor, cuanto mayor perfección piensa que expresan esas acciones, y cuanto más distintamente las imagina, es decir (por lo dicho en el Escolio 1 de la Proposición 40 de la, Parte II), cuanto más pueda distinguirlas de las otras y considerarlas como cosas singulares. Por ello, cada cual, al considerarse a sí mismo, obtendrá la máxima complacencia cuando advierta en sí mismo algo que niega de los demás. Pero si refiere aquello que afirma de sí mismo a la idea universal de «hombre» o «animal», no se complacerá tanto, y, desde luego, se entristecerá si imagina que sus acciones, comparadas con las acciones de otros, son más débiles, cuya tristeza (por la Proposición 28 de esta Parte) se esforzará en rechazar, interpretando torcidamente las acciones de sus iguales, o adornando las suyas todo lo que pueda. Está claro, pues, que los hombres son por naturaleza proclives al odio y la envidia, y a ello contribuye la educación misma. Pues los padres suelen incitar a los hijos a la virtud con el solo estímulo del honor y la envidia. Acaso quede algún motivo de duda, pues no es raro que admiremos las virtudes de los hombres y los veneremos. Para apartar esa posibilidad de duda, añadiré el siguiente Corolario. Corolario: Nadie envidia por su virtud a alguien que no sea su igual. Demostración: La envidia es el odio mismo (ver el Escolio de la Proposición 24 de esta Parte), o sea (por el Escolio de la Proposición 13 de esta Parte), una tristeza, esto es (por el Escolio de la Proposición 11 de esta Parte), una afección que reprime el esfuerzo del hombre, o sea, su potencia de obrar. Ahora bien, el hombre (por el Escolio de la Proposición 9 de esta Parte) no se esfuerza en hacer ni desea hacer sino lo que puede seguirse de su naturaleza tal como está dada; luego el hombre no deseará predicar de sí mismo ninguna potencia de obrar o, lo que es lo mismo, ninguna virtud, que sea propia de la naturaleza de otro y ajena a la suya, y, por tanto, su deseo no puede ser reprimido, esto es (por el Escolio de la Proposición 11 de esta Parte), no puede entristecerse, por el hecho de reconocer alguna virtud en otro que sea distinto a él, y, por consiguiente, tampoco puede envidiarlo. Pero sí envidiará a su igual, cuya naturaleza supone ser la misma que la suya. Q.E.D. Escolio: Así pues, cuando hemos dicho más arriba, en el Escolio de la Proposición 52 de esta Parte, que nosotros veneramos a un hombre porque nos asombramos de su prudencia, su fuerza, etc., ello sucede (como es evidente por la misma Proposición) porque imaginamos que dichas virtudes están en él de un modo singular, y no como algo común a nuestra naturaleza, y, por ello, no se las envidiaremos más de lo que envidiamos a los árboles su altura, a los leones su fuerza, etc.
De la parte cuarta: de la servidumbre humana o de la fuerza de los afectos).
PROPOSICIÓN LV La mayor soberbia, y la mayor abyección, son la mayor ignorancia de sí mismo. Demostración: Esta Proposición es evidente por las Definiciones 28 y 29 de los afectos (XXVIII.— La soberbia consiste en estimarse a uno mismo, por amor propio, en más de lo justo. EXPLICACIÓN: La soberbia se diferencia, pues, de la sobreestimación, en que ésta se refiere a un objeto exterior, y la soberbia, en cambio, se refiere al hombre mismo que se estima en más de lo justo. Además, así como la sobreestimación es un efecto o propiedad del amor, así la soberbia es un efecto o propiedad del amor propio, el cual puede definirse, por ello, a su vez, como clamor de sí mismo, o el contento de sí mismo, en cuanto afecta al hombre de tal modo que se estima & sí mismo en más de lo justo (ver el Escolio de la Proposición 26 de esta Parte). Este afecto no tiene contrario, pues nadie se estima a sí mismo, por odio hacia sí mismo, en menos de lo justo; es más: nadie se estima a sí mismo en menos de lo justo por el hecho de imaginar que no puede esto o aquello. Pues el hombre imagina necesariamente todo cuanto imagina que no puede hacer, y esta imaginación lo conforma de tal manera que realmente no puede hacer lo que imagina que no puede. En tanto que imagina, en efecto, que no puede hacer tal o cual cosa, no se determina a hacerla y, consiguientemente, le es imposible hacerla. Ahora bien, si nos fijamos en lo que depende sólo de la opinión ajena, podremos concebir que se dé la posibilidad de que un hombre se estime en menos de lo justo: efectivamente, puede ocurrir que un hombre, al considerar tristemente su debilidad, imagine ser despreciado por todos, siendo así que a los demás ni se les ha ocurrido despreciarlo. Además, un hombre puede estimarse en menos de lo justo si niega de sí mismo, en el momento presente, algo que tiene relación con el tiempo futuro, que es incierto para él, como cuando niega que él pueda concebir nada con certeza, o que pueda desear, u obrar, nada que no sea malo o deshonesto, etc. Podemos decir, en fin, que alguien se estima en menos de lo justo cuando vemos que, por excesivo miedo a la vergüenza, no se atreve a hacer aquello a que se atreven otros iguales a él. Podemos, pues, oponer este afecto —que llamaré abyección— a la soberbia, pues así como del contento de sí mismo brota la soberbia, de la humildadnace la abyección, la cual, por ende, definimos como sigue.

 XXIX. —La abyección consiste en estimarse, por tristeza, en menos de lo justo.
EXPLICACIÓN: Sin embargo, solemos oponer a menudo la humildad a la soberbia, pero, al obrar así, atendemos más bien a los efectos de ambas que a su naturaleza. Solemos, en efecto, llamar «soberbio» a quien se gloría en exceso (ver Escolio de la Proposición 30 de esta Parte), a quien, cuando habla de sí mismo, menciona sólo virtudes, y sólo vicios cuando habla de los demás; quiere ser preferido a todos y, en fin, se presenta con la misma gravedad y atuendo que suelen usar otros que están muy por encima de él. Por contra, llamamos «humilde» a quien se ruboriza a menudo, confiesa sus vicios y habla de las virtudes de los demás, cede ante todos y, en fin, anda con la cabeza baja y descuida su atavío. Por lo demás, estos afectos —la humildad y la abyección— son rarísimos, pues la naturaleza humana, considerada en sí misma, se opone a ellos cuanto puede (ver Proposiciones 13 y 54 de esta Parte), y de esta suerte, quienes son reputados más abyectos y humildes, son por lo general los más ambiciosos y envidiosos)

PROPOSICIÓN LXI El deseo que nace de la razón no puede tener exceso.
Demostración: El deseo, considerado en absoluto (por la Definición 1 de los afectos), es la misma esencia del hombre, en cuanto se la concibe como determinada de algún modo a hacer algo; y así, el deseo que brota de la razón, esto es (por la Proposición 3 de la Parte III), el que se engendra en nosotros en la medida en que obramos, es la esencia o naturaleza misma del hombre, en cuanto concebida como determinada a obrar aquello que se concibe adecuadamente por medio de la sola esencia del hombre (por la Definición 2 de la Parte III); así, pues, si ese deseo pudiera tener exceso, entonces la naturaleza humana, considerada en sí sola, podría excederse a sí misma, o sea, podría más de lo que puede, lo cual es contradicción manifiesta, y, por ende, ese deseo no puede tener exceso. Q.E.D.
PROPOSICIÓN LXIX La virtud del hombre libre se muestra tan grande cuando evita los peligros como cuando los vence.
Demostración: Un afecto no puede ser aminorado ni suprimido más que por un afecto contrario, y más fuerte que el que se trata de reprimir (por la Proposición 7 de esta Parte). Ahora bien, la audacia ciega y el miedo son afectos que pueden concebirse como igualmente grandes (por las Proposiciones 5 y 3 de esta Parte). Por consiguiente, se requiere una virtud o fortaleza del ánimo (ver su Definición en el Escolio de la Proposición 59 de la Parte III) igualmente grande para reprimir la audacia que para reprimir el miedo; es decir (por las Definiciones 40 y 41 de los afectos), un hombre libre evita los peligros mediante una virtud del ánimo igual a aquella con que intenta vencerlos. Q.E.D. Corolario: En un hombre libre, pues, una huida a tiempo revela igual firmeza que la lucha; o sea, que el hombre libre elige la huida con la misma firmeza o presencia de ánimo que el combate. Escolio: He explicado en el Escolio de la Proposición 59 de la Parte III qué es la firmeza, o qué entiendo por ella. Por «peligro» entiendo todo lo que puede ser causa de algún mal: de tristeza, de odio, de discordia, etc.
PROPOSICIÓN LXXII Un hombre libre nunca obra dolosamente, sino siempre de buena fe. Demostración: Si un hombre libre, en cuanto que es libre, hiciese algo dolosamente, lo haría según el dictamen de la razón (pues sólo en esa medida lo llamamos libre), y así, obrar dolosamente sería una virtud (por la Proposición 24 de esta Parte), y, por consiguiente (por la misma Proposición), obrar dolosamente sería lo mejor que un hombre avisado podría hacer para conservar su ser; esto es (como es por sí notorio), lo mejor para hombres avisados sería concordar sólo en las palabras, siendo en realidad contrarios entre sí, lo cual (por el Corolario de la Proposición 31 de esta Parte) es absurdo. Luego un hombre libre, etc. Q.E.D. Escolio: Si ahora se pregunta, en el supuesto de que un hombre, mediante la perfidia, pudiera librarse de un inminente peligro de muerte, ¿acaso la regla de la conservación de su ser no le aconsejaría, sin duda alguna, que fuese pérfido? Se responderá de la misma manera: que, si la razón aconsejase eso, lo aconsejaría a todos los hombres; y, de esta suerte, la razón aconsejaría absolutamente a los hombres no contraer más que pactos dolosos en orden a unir sus fuerzas y contar con leyes comunes; es decir, aconsejaría, en realidad, que no tuviesen leyes comunes, lo cual es absurdo.
PROPOSICIÓN LXXIII El hombre que se guía por la razón es más libre en el Estado, donde vive según leyes que obligan a todos, que en la soledad, donde sólo se obedece a sí mismo.
Demostración: Al hombre que se guía por la razón no es el miedo el que le lleva a obedecer (por la Proposición 63 de esta Parte), sino que, en la medida en que se esfuerza por conservar su ser según el dictamen de la razón - esto es (por el Escolio de la Proposición 66 de esta Parte), en cuanto que se esfuerza por vivir libremente— desea sujetarse a las reglas de la vida y utilidad comunes(por la Proposición 37 de esta Parte), y, por consiguiente (como hemos mostrado en el Escolio 2 de la Proposición 37 de esta Parte), desea vivir según la legislación común del Estado. El hombre que se guía por la razón desea, por tanto, para vivir con mayor libertad, observar las leyes comunes del Estado. Q.E.D. Escolio: Estas cosas, y las otras semejantes que hemos mostrado acerca de la verdadera libertad del hombre, tienen que ver con la fortaleza, esto es (por el Escolio de la Proposición 59 de la Parte III), con la firmeza y la generosidad. No creo que valga la pena demostrar aquí, por separado, todas las propiedades de la fortaleza, y mucho menos demostrar que el varón de ánimo fuerte no odia a nadie, no se irrita contra nadie, a nadie envidia, contra nadie se indigna, no siente desprecio por nadie y no experimenta la menor soberbia. Ya que esto, y todo lo que tiene que ver con la verdadera vida y la verdadera religión, se infieren con facilidad de las Proposiciones 37 y 46 de esta Parte; a saber, que el odio ha de ser vencido por su contrario el amor, y que todo el que se guía por la razón desea también para los demás el bien que apetece para sí mismo. A ello se añade lo que hemos comentado en el Escolio de la Proposición 50 de esta Parte y en otro lugares, a saber: que el varón de ánimo fuerte considera ante todo que todas las cosas se siguen de la necesidad de la naturaleza divina, y, por ende, sabe que todo cuanto piensa ser molesto y malo, y cuanto le parece inmoral, horrendo, injusto y deshonroso, obedece a que su concepción de las cosas es indistinta, mutilada y confusa; y, por esta causa, se esfuerza sobre todo por concebir las cosas tal como son en sí, y por apartar los obstáculos que se oponen al verdadero conocimiento, tales como el odio, la ira, la envidia, la irrisión, la soberbia y los demás de este estilo, que hemos comentado con anterioridad; y de esta suerte, se esfuerza cuanto le es posible, como hemos dicho, por obrar bien y estar alegre. En la parte siguiente demostraré hasta dónde se extiende la humana virtud para conseguir esto, y cuál es el alcance de su potencia.
PROPOSICIÓN XXXVII El bien que apetece para sí todo el que sigue la virtud, lo deseará también para los demás hombres, y tanto más cuanto mayor conocimiento tenga de Dios.
Demostración: Los hombres, en cuanto que viven bajo la guía de la razón, son lo más útil que hay para el hombre (por el Corolario 1 de la Proposición 35 de esta Parte), y de esta suerte (por la Proposición 19 de esta Parte), es conforme a la guía de la razón el que nos esforcemos necesariamente por conseguir que los hombres vivan, a su vez, bajo la guía de la razón. Pero el bien que para sí apetece todo el que vive según el dictamen de la razón, esto es (por la proposición 24 de esta Parte), el que sigue la virtud, consiste en conocer (por la Proposición 26 de esta Parte); por consiguiente, el bien que todo aquel que sigue la virtud apetece para sí, lo deseará también para los demás hombres. Además, el deseo, en cuanto referido al alma, es la esencia misma de ésta (por la Definición 1 de los afectos); ahora bien, la esencia del alma consiste en el conocimiento (por la Proposición 11 de la Parte II), que implica el de Dios (por la Proposición 47 de la parte II) y sin el cual (por la Proposición 15 de la Parte I) no puede ser ni concebirse. Por tanto, cuanto mayor conocimiento de Dios está implícito en la esencia del alma, tanto mayor será el deseo con que el que sigue la virtud querrá para otro lo que apetece para sí mismo. Q.E.D. De otra manera: El hombre amará con más constancia el bien que ama y apetece para sí si ve que otros aman eso mismo (por la Proposición 31 de la Parte III), y de este modo (por el Corolario de la misma Proposición) se esforzará en que los demás lo amen; y dado que ese bien (por la Proposición anterior) es común a todos, y todos pueden gozar de él, se esforzará entonces (por la misma razón) para que todos gocen de él, y tanto más (por la Proposición 37 de la parte III) cuanto más disfrute él de dicho bien. Q.E.D. Escolio I: Quien se esfuerza, no en virtud de la razón, sino en virtud del solo afecto, en que los demás amen lo que él ama, y en que los demás acomoden su vida a la índole de él, actúa sólo por impulso, y por ello se hace odioso, y sobre todo a aquellos a quienes agradan otras cosas, y que, por ello, se empeñan y se esfuerzan a su vez, también por impulso, en que los demás acomoden sus vidas a la índole de ellos. Además, puesto que el supremo bien que los hombres apetecen en virtud del afecto es, a menudo, tal que uno solo puede poseerlo, de aquí proviene que los que aman no sean consecuentes consigo mismo, y, al mismo tiempo que se complacen en cantar las alabanzas de la cosa que aman, temen ser creídos. Pero quien se esfuerza en guiar a los demás según la razón, no obra por impulso, sino con humanidad y benignidad, y es del todo consecuente consigo mismo …
PROPOSICIÓN LXIV El conocimiento del mal es un conocimiento inadecuado.
Demostración: El conocimiento del mal (por la Proposición 8 de esta Parte) es la tristeza misma, en cuanto que somos conscientes de ella. Ahora bien, la tristeza consiste en el paso a una menor perfección (por la Definición 3 de los afectos) y, por ello, no puede entenderse por medio de la esencia misma del hombre (por las Proposiciones 6 y 7 de la Parte III); por ende (por la Definición 2 de la Parte III), es una pasión, la cual (por la Proposición 3 de la Parte III) depende de ideas inadecuadas, y, por consiguiente (por la Proposición 29 de la Parte II), su conocimiento, o sea, el conocimiento del mal, es inadecuado. Q.E.D. Corolario: De aquí se sigue que si el alma humana no tuviera más que ideas adecuadas no formaría noción alguna del mal.
(Parte quinta: del poder del entendimiento o de la libertad humana.)
PROPOSICIÓN XXV El supremo esfuerzo del alma, y su virtud suprema, consiste en conocer las cosas según el tercer género de conocimiento.
Demostración: El tercer género de conocimiento progresa, a partir de la idea adecuada de ciertos atributos de Dios, hacia el conocimiento adecuado de la esencia de las cosas (ver su Definición en el Escolio 2 de la Proposición 40 de la Parte II). Cuanto más entendemos las cosas de este modo, tanto más (por la Proposición anterior) entendemos a Dios y, por ende, (por la Proposición 28 de la Parte IV), la suprema virtud del alma, esto es (por la Definición 8 de la Parte IV), su potencia o naturaleza suprema, o sea (por la Proposición 7 de la Parte III), su supremo esfuerzo, consiste en conocer las cosas según el tercer género de conocimiento. Q.E.D.

PROPOSICIÓN XXVI Cuanto más apta es el alma para entender las cosas según el tercer género de conocimiento, tanto más desea entenderlas según dicho género.
Demostración: Es evidente. Pues en la medida en que concebimos que el alma es apta para entender las cosas según ese género de conocimiento, en esa medida la concebimos como determinada a entender las cosas según dicho género, y, consiguientemente (por la Definición 1 de los afectos), cuanto más apta es el alma para eso, tanto más lo desea. Q.E.D.
PROPOSICIÓN XXVII Nace de este tercer género de conocimiento el mayor contento posible del alma. Demostración: La suprema virtud del alma consiste en conocer a Dios (por la Proposición 28 de la Parte IV), o sea, entender las cosas según el tercer género de conocimiento (por la Proposición 25 de esta Parte), y esa virtud es tanto mayor cuanto más conoce el alma las cosas conforme a ese género (por la Proposición 24 de esta Parte). De esta suerte, quien conoce las cosas según dicho género pasa a la suprema perfección humana, y, por consiguiente (por la Definición 2 de los afectos), resulta afectado por una alegría suprema, y (por la Proposición 43 de la Parte II) acompañada por la idea de sí mismo y de su virtud; por ende (por la Definición 25 de los afectos), de ese género de conocimiento nace el mayor contento posible. Q.E.D.
PROPOSICIÓN XLII La felicidad no es un premio que se otorga a la virtud, sino que es la virtud misma, y no gozamos de ella porque reprimamos nuestras concupiscencias, sino que, al contrario, podemos reprimir nuestras concupiscencias porque gozamos de ella.
Demostración: La felicidad consiste en el amor hacia Dios (por la Proposición 36 de esta Parte, y su Escolio), y este amor brota del tercer género de conocimiento (por el Corolario de la Proposición 32 de esta Parte); por ello, dicho amor (por las Proposiciones 59 y 3 de la Parte III) debe referirse al alma en cuanto que obra, y, por ende (por la Definición 8 de la Parte IV), es la virtud misma; que era lo primero. Además, cuanto más goza el alma de este amor divino, o sea, de esta felicidad, tanto más conoce (por la Proposición 32 de esta Parte), esto es (por el Corolario de la Proposición 3 de esta Parte), tanto mayor poder tiene sobre los afectos, y (por la Proposición 38 de esta Parte) tanto menos padece por causa de los afectos que son malos. Y así, en virtud de gozar el alma de ese amor divino o felicidad, tiene el poder de reprimir las concupiscencias; y, puesto que la potencia humana para reprimir los afectos consiste sólo en el entendimiento, nadie goza entonces de esa felicidad porque reprima sus afectos, sino que, por el contrario, el poder de reprimir sus concupiscencias brota de la felicidad misma. Q.E.D. Escolio: Con esto concluyo todo lo que quería mostrar acerca del poder del alma sobre los afectos y la libertad del alma. En virtud de ello, es evidente cuánto vale el sabio, y cuánto más poderoso es que el ignaro, que actúa movido sólo por la concupiscencia. Pues el ignorante, aparte de ser zarandeado de muchos modos por las causas exteriores y de no poseer jamás el verdadero contento del ánimo, vive, además, casi inconsciente de sí mismo, de Dios y de las cosas, y, tan pronto como deja de padecer, deja también de ser. El sabio, por el contrario, considerado en cuanto tal, apenas experimenta conmociones del ánimo, sino que, consciente de sí mismo, de Dios y de las cosas con arreglo a una cierta necesidad eterna, nunca deja de ser, sino que siempre posee el verdadero contento del ánimo. Si la vía que, según he mostrado, conduce a ese logro parece muy ardua, es posible hallarla, sin embargo. Y arduo, ciertamente, debe ser lo que tan raramente se encuentra. En efecto: si la salvación estuviera al alcance de la mano y pudiera conseguirse sin gran trabajo, ¿cómo podría suceder que casi todos la desdeñen? Pero todo lo excelso es tan difícil como raro."

domingo, 5 de febrero de 2012

Fantasía del instinto.

                                             Algún rincón por el valle del Pas- Cantabria-Sept-2010  


Voy a salir al aire puro y frío.
El corazón se alterará por lo que debe,
La supervivencia del animal que albergo.

(Pies helados, uñas sucias,
La piel ensangrentada.
El barro resecado)

Proclamará la noche
Nuestro único triunfo verdadero.
Sobrevivir al día.

M.G.

viernes, 3 de febrero de 2012

Llega un bendito día.

                                             Naturaleza infame - Macedonia - Jun/2010

Me vuelvo zen y no saco conclusiones. Perduro,
mientras el sol de enero ilumina mis manos al teclado.
Mientras escucho el ronquido suave de mi madre,
Y la lavadora centrifuga.
Entre gota y gota de la sangre que mana de la herida.

Tintinean los hielos en el licor que bebo.
Y no sé si se sucede el paso o el camino.

Llega un bendito día en que uno,
ya no se desespera.
M.G.

Fin de año


                                             "abrazos gratis" Banda de Marcial - Navidad-2011

Estoy feliz. FELIZ con mayúsculas. (Hoy ya sé que no es posible "ser" feliz, sino sólo "estar"; y es mucho.)

Escucho el cd que nos grabó Claudio y nos regaló a todos los que hicimos la preciosa excursión por la llamada "Sierra Pobre" de Madrid, para acabar en Prádena del Rincón, donde cenamos y celebramos su reciente cincuenta-y-muchos cumpleaños.

Y digo que estoy FELIZ con mayúsculas porque rescato la onda. La buena onda que siempre me acompaña, a veces agazapada debajo de todos los estratos del dolor de aquellas tres heridas que refería Miguel Hernández: la de la vida, la de la muerte, la del amor.

Hoy, este 31 de diciembre de 2011 el sol entra por los cristales sucios del salón de mi casa (ahhhh!!! mi caaaaasaaaaaa!!!!) Y siento mucha fuerza dentro de mí, una fuerza que toma formas de compromiso regio. La fuerza de seguir amando (y amándose) y la de perdonar (y perdonarse).

Vida es camino.

Feliz año nuevo, de todo corazón
M.G.


Torpezas.

No sé muy bien por qué me acuerdo tanto de mi padre cuando vengo a mi casa. Será la soledad o la distancia física con los míos, a quienes siento ahora tan cercanos. Será porque en mi casa pensaba mucho en él cuando aún vivía.
Me temo que no se acercan días fáciles para los que hemos perdido a alguien muy cercano. Perder a alguno de los padres, luego a los dos, es algo que se supone debemos conocer tarde o temprano, aunque diría que es algo muy distinto cuando se tienen hijos. Imagino que se aceptará mejor el paso de la vida, sabiéndose realizado en esos aspectos tan humanos, tan primarios. Se tienen hijos, luego perdemos a los padres. "Ley de vida".
A veces se me olvida que ha muerto el viejo, y entonces cuando vuelvo a acordarme, un latigazo agudo de dolor me devuelve a la consciencia, a la incredulidad. Es como si estuviera viéndonos desde alguna parte o fuera a volver de alguna ausencia temporal.
Hoy he recordado aquellas veces que me permitía faltar al colegio por la tarde para acompañarle a dar un paseo por los campos cultivados de trigo, o el cereal que fuera, que aún había a las afueras de Leganés. Atravesábamos aquellos sembrados caminando por el terruño de sus lindes. Cierro los ojos y me parece verles a los dos: un tipo delgado, alto, con las manos cruzadas a la espalda y una niña introvertida que camina a unos metros por detrás de él, ambos en silencio.
Recupero recuerdos olvidados.
Y me invade una piedad infinita dentro del pecho, que lo desborda y me anega dolorosamente los ojos de nuevo. Por todos los padres y todas las hijas del mundo. Por todos los abrazos que no nos dimos mi padre y yo. Por todos los afectos que, a lo largo de la vida, no podemos o no sabemos expresar.


M.G.

Parecido al amor.


                                             Macedonia - Junio/2010


Si tú supieras lo que contiene mi silencio.
Si tú supieras qué ocurre en mí cuando me hablas,
Cuando estás cerca… Ni yo puedo creerlo.
Si yo pudiera amar, habría de ser posible,
en lugar de este desastre vergonzoso.

Que pase pronto el tiempo.
Que ocurra lo que sea para que yo te odie.
Para que yo no sienta como siento.
Que ni siquiera me atrevo a desearte.
Qué vehemencia pueril. No me perdono.

M.G.


 

Setas, tortas y humo.

                                             tienesplaneshoy.blogspot.com

He tenido que ausentarme de la charla micológica varias veces para toser a gusto sin molestar. No sé dónde hacía más frío, si fuera o dentro, donde un tal Rogelio conducía la presentación audiovisual sobre el fascinante mundo de las setas. Estábamos en un “txoco”, aunque en Soria, acristalado y lleno de artilugios de labranza. También, sobre una mesa alargada cubierta de un plástico blanco, unas veinte o treinta setas distintas, recolectadas durante esta semana para ser mostradas hoy. El clima no ha sido el favorable para que luego, el paseo “recolector” sea fructífero. Alguien del grupo, que ha traído cesta y rastrillo, al mencionar la amanita cesárea comenta que en la Roma antigua, algunos murieron por comerla. Rogelio sonríe y explica: se cuenta que algunos esclavos perdieron la vida como castigo por haber sido sorprendidos al recolectar o comer aquel manjar destinado exclusivamente a los césares, de ahí su nombre.
Chus y yo hemos prescindido del paseo y nos hemos venido al pueblo a comprar la prensa del domingo y dar alguna vuelta por Vinuesa. Hemos entrado en el bar
E., y a medida que nos hemos ido quitando capas y capas de ropa, los sentidos nos han empezado a obsequiar con el silencio ensordecedor que reina en este sitio, interrumpido por los ruidos del señor que, al otro lado de la barra, manipula la cafetera y por el crepitar y el chisporroteo de la leña y el fuego en la chimenea, el olor del embutido que cuelga cerca de ella, arriba en el techo, la luz tenue que a intervalos se inunda de un sol que entra haciendo brillar las gotas de lluvia en los ventanales.

Para el segundo Ribera, me siento en confianza para preguntarle a Florentino, el dueño del bar, cómo ha conseguido esta delicia de pan que nos pone con las tapas. Resulta que es una torta de aceite, y cuando me indica dónde comprarlo, y estoy a punto de doblar la esquina, ya en la calle, me llama desde la puerta del bar y me dice, que si ya no quedan, pues que le coja dos barras y me da una de sus tortas. Y efectivamente, ya se han vendido todas, pero cuando estoy a punto de salir, la panadera me dice que me lleve una torta pequeña que se había guardado para su propio consumo. Que no pasa nada. Que su marido hoy no está en casa y que para ella sola, que se coge otra cosa. Salgo agradecida y conmovida por la amabilidad visontina.
A la vuelta, cuando le cuento a Florentino la coincidencia de su actitud con la de la panadera, añade:
.- Claro! Como que somos amantes.- .
.- Pues que sepas que hoy no está su marido.- Le digo yo. Reímos.
Después, un señor mayor que se toma un café, nos pide permiso para fumarse un cigarro dentro del bar.
.- Pues si usted fuma, fumo yo.- dice Chus. Al final, acaban saliendo los dos fuera. Hablo con Florentino distendidamente sobre la vida en los pueblos y en las ciudades. Es un tipo peculiar, algo ácido, pero con cierto sentido del humor, aunque él apenas se ríe. No me lo dice, pero juraría que él no ha vivido siempre aquí, en el pueblo. Entra otro hombre en el bar, que resulta ser el torero de una de las fotografías que adornan las paredes. Vuelven Chus y el señor fumador. Entran cuatro cazadores muy jóvenes. Los vapores del Ribera y el calor de la chimenea nos ponen una sonrisa floja a mi amiga y a mí. Los cazadores nos miran, y se ríen a hurtadillas de sus propios comentarios. Qué auténtico y nada sofisticado es todo en este lugar…
Entra un nuevo personaje. Se detiene unos instantes al cerrar la puerta tras de sí. Echa un vistazo a la escena. Identifica y exclama:
.- Uy! Leña verde, gente joven: todo humo.-
Y la prensa sin abrir.


M.G.  

El vicio original.

                                             El árbol de la vida - Google imágenes.

Todos los días salto la valla del jardín para pecar un poco. La serpiente ya me conoce y me espera. Como todo el mundo la teme, sólo unos pocos temerarios llegamos hasta aquí. Acostumbro a acariciarle la cabeza erguida y ella me regala sus lametones bífidos. Después repta por el tronco del arbol prohibido y me baja algún fruto maduro.
M.G.

El camino secreto hasta el mar

                                             Acantilados en Asturias- Google imágenes.

Durante muchos años compartí con Aafke mi camino secreto hasta el mar. Ya no me acuerdo por qué motivo dejé de bajar con ella; creo que comenzó a mostrarse renuente a venir conmigo, tal vez temerosa de Asterión por el hecho de encontrarle varias veces sentado en la terraza del huerto, mirando al mar, cuando nosotras volvíamos de nuestro periplo por los acantilados. Creo que sospechaba de que estuviéramos tramando alguna forma de escapar de la isla evitando el laberinto. No sé, no recuerdo con exactitud. Han pasado siglos.

En cambio, me acuerdo perfectamente de otros detalles. El camino me lo había enseñado Tanae, el último verano antes de desaparecer; como quien hace una ofrenda de despedida, un regalo para el recuerdo. Es posible que ella se atreviera a trepar por las rocas hasta descubrir alguna forma de llegar al otro extremo de la isla, más allá del laberinto, o que se despeñara en el intento, para acabar ahogada. Qué hermosa amistad mantuvimos desde la misma llegada a la isla. Más de una vez evitamos la violencia de Asterión gracias a los bebedizos que le añadía al vino, con el que le adormeciámos cuando se mostraba colérico por algo. Tanae leía el futuro en las estrellas y conocía los poderes de algunas hierbas. Era muy habilidosa con el hilo y los útiles para trabajar la madera. A menudo nos divertía inventando ingeniosos juegos de palabras y hermosas rimas.

He de admitir que pese a la inteligencia y sensibilidad de Tanae, Aafke perfeccionó después el sistema de bajada por la pared primera del camino secreto hasta el mar. Se le ocurrió que podíamos anudarle a las cuerdas que trenzábamos unas pocas piedras escogidas de forma redondeada, para poder agarrarnos mejor y salvar con mayor sensación de seguridad ese primer tramo de mayor pendiente.

Para bajar hasta el mar, hay dos momentos verdaderamente difíciles: el primero consiste en deslizarse a pulso los primeros pasos por la pared agarrando la cuerda que hay que anclar previamente en la grieta de una roca concreta, hasta el primer punto de apoyo en el que hay que colocar el pie izquierdo para luego, con el derecho, más diestro, llegar hasta el siguiente hueco en la piedra, muy pequeño, para continuar después más fácilmente, con menor pendiente y muchos puntos de apoyo. El segundo, hacia el final de lo que puede vislumbrarse desde arriba, y ya sin cuerda, consiste en apoyarse con las dos manos fuertemente y un solo pie para después soltarse inevitablemente y deslizarse muy despacio pegada a la roca, poco más de dos cuartas, hasta caer de pie sobre una zona al fin segura. Al volver, en la subida, éste último paso es más sencillo, pero con respecto al primero, siempre temo que la cuerda haya desaparecido.
Después, hay que dar unos pocos pasos sin cruzar los pies, por una grieta que ofrece una alargada y estrecha plataforma, apoyando el cuerpo en la roca para eludir el vértigo, hasta llegar a la parte que ya no se ve desde arriba, a partir de la cual, un niño pequeño podría continuar hasta la hermosa y pequeña playa donde es posible darse, por fin, un merecido baño. Yo sigo bajando al menos una vez todos los veranos, pero en soledad todo es distinto.

No tengo palabras para describir lo que sentíamos cuando al flotar en el agua, recuperábamos nuestra condición mortal. Pero sí puedo decir que, todavía hoy, cuando me adentro nadando en el mar en calma y miro atrás, siento un creciente y peligroso deseo de ver la pequeña playa cada vez más y más lejana.
M. G.

Continuando

                                             Camino Sanabrés - Agosto/2008
Otoño. El primer otoño sin el viejo.

Mi madre se sienta en el sillón junto a la terraza. El sol entra por los cristales descorridas las cortinas, y ella dormita entre suspiros de dolor y nostalgia. A menudo le llevo las mismas revistas que hojea como si fueran nuevas cada vez que se las muestro. Ventajas del Alzheimer.
Convivir con ella es aprender paciencia. Sintonizar con otros ritmos, con otras prioridades. Olvidar algunas urgencias e inquietudes propias. A veces es verdaderamente difícil, otras siento aquí una paz infinita. El balance, por ahora, no supone un sacrificio en absoluto.

He abierto mi portátil sobre una mesa de ordenador que rescaté del trastero de mi apartamento y he montado aquí, frente a la ventana, en el cuarto de mi infancia de la casa de mis padres. En la balda de abajo, están las cosas de mi hermana, con las que se entretiene cuando es ella quien se queda. La floreada bolsa de tela con sus preciosas labores de punto de cruz. Sus libros. Las chanclas que usa para andar por casa, con brillantitos.

En fin. Hemos conseguido fluir en armonía con las nuevas circunstancias.
Si el viejo pudiera vernos, estaría satisfecho de nosotras.
M.G.

Again

Como. (Hay que ver el juego que da una latita de calamares en su tinta con un poco de arroz blanco). Bebo una copa de Diamante muy frío (en el Hiper Usera de mi barrio está a 3.69 euros). Escucho a Ryuichi Sakamoto (por cierto, el segundo disco de “Playing the piano” es infumable). Satisfago mis apetitos más sencillos, en definitiva. He limpiado la casa, todo está en orden. Son las 15:30 horas y ahí fuera por donde entra tanta luz, debe haber 40 grados por lo menos. ¿Qué estarás haciendo tú en este preciso instante, con estos calores? Apenas pienso en otra cosa que en ti. Uno se enamora, y empieza a vivir una relación de dos en su 50%, que es uno mismo. Uno mismo deseoso de otro. De otro que inventa. Y rellena huecos de información y los colorea, sometido involuntariamente al interés de la madre naturaleza que nos empuja a mezclarnos los unos con los otros. Como si alguna inteligencia superior y primigenia hubiera designado que ha de nacer alguien en concreto. Y el instinto de apareamiento perdura incluso después de la edad fértil. Qué locura. A veces imagino que te hago el amor y siento que podría entenderlo todo en ese instante preciso en que, paradójicamente, todo importa un carajo. En ese instante de renuncia absoluta. Esa pequeña muerte, que llaman.
El maldito instinto de apareamiento que nos lleva a creer que dos universos personales pueden simultanearse en el tiempo y el espacio.
Me encantaría espiarte mientras duermes la siesta. Te imagino en la penumbra de algún cuarto desordenado. Desnudo. Pesado. Inerte. Inofensivo.

M.G.

Figuraciones

                                            Caminando por las Hurdes - Abril-2011 

No imaginas de qué forma tan tonta he sabido que naciste en noviembre (cuando se recolectan los frutos marrones en los bosques).
Te pareces al estanque de agua fresca y oscura, que anhelo en esas horas en que mi pensamiento es un enjambre ardiente.
Tu mirada a menudo me cala sin violencia y amansa las bestias que me habitan al fondo. Alquimia que disuelve las iras de mi niña enojada y me convierte en esta cosa parecida a una mujer en paz.
Y no hay Dios a quien rezar, que sepa si te invento o si acaso te confiero poderes imposibles.
Así son estas cosas.
M.G.

Camino del Norte

                                             Albergue en Torres del Río - Camino Francés- 2006

Cae la tarde en mi habitación de un hotel en Bilbao. He peregrinado una vez más, pero esta vez lo hemos hecho con una agencia, un grupo de 22 personas más el guía. Con mochila ligera, durmiendo en hoteles y descansando bien; supongo que me hago mayor. Escucho música a través de Spotify en mi portátil y a los vencejos que revolotean por el cielo azul sin mácula, no habitual por aquí. Sospecho que las expectativas del amigo que venía conmigo no se han cumplido, lo que me hace sentir un poco incómoda. Esta noche he quedado con una amiga que vive en Bilbao y conocí haciendo el camino francés el verano de 2006… durmiendo en albergues, con la pesada mochila a cuestas donde llevábamos todo lo que necesitábamos para vivir aquellos días, levantándonos de noche para aprovechar las horas sin calor. Fue muy divertido compartir camino con el grupo que formamos aquel año. Aún recuerdo aquella gloriosa velada de comida y sobremesa en el albergue privado en Torres del Río que preparó Ander: ensalada, pasta con beicon y nata, y vino peleón. Risas fáciles y camaradería. Algunos hemos mantenido el contacto. Otros ya siguieron sus vidas y no coincidiremos jamás, seguramente. Aunque eso quién lo sabe.
 M.G.

Alas

                                             Glicinas - Google imágenes

Por el paseo de los tilos aspiro el aire dulzón de las ramas en flor. Nunca me atrevo a sacar la navajita de mi llavero para cortar algunos ramos de glicinas y ponerlos en la secretaría. Los magnolios también han florecido. Antes de llegar a la fuente hay dos ciruelos, uno a cada lado, que han llegado a entremezclar sus ramas más bajas, y estos últimos días tengo que agacharme ligeramente para no rozar mi cara con sus hojas granates. La lavanda forma setos redondeados y a esas horas está mojada.
Me sienta bien pasear unos minutos antes de entrar a trabajar para mentalizarme y decirme una y otra vez que no debo alentar esto que siento.
Mañana, al pasar entre los ciruelos, probaré a cerrar los ojos, simplemente.

M.G.

Democracia real, algún día.


Qué estimulante y agradable puede resultar hablar de democracia con los amigos en una tertulia, cuando la acción consiste en café, copa y puro. Qué fácil declararnos demócratas y pensar que pagando nuestros impuestos y ejerciendo nuestro derecho al voto se agota nuestro compromiso, y a partir de ahí, la responsabilidad es toda de nuestros gobernantes y administradores públicos. ¿Cuál ha de ser nuestra posición demócrata si los políticos nos fallan? Si el abuso se hace flagrante y si su ineptitud y ambición desmedida nos conduce a crisis cuyas consecuencias sólo pagará el pueblo.

De acuerdo. El hombre aún no dispone de los genes óptimos para manejar la globalización. El gen nos sigue programando para economizar energía en la tarea de comer y no ser comidos. Y lo hacemos sentados frente al televisor y deglutimos tranquilamente mientras observamos lo que ocurre en el mundo, como si tanta injusticia y abuso pudieran apagarse con el mando a distancia.

Dice Eduardo Galeano que este mundo de mierda está embarazado del mundo posible que algún día será. Supongo que ocurrirá cuando el sueño del hombre no lleve implícita la ambición del privilegio sobre los otros, sobre esa gran mayoría de cándida y pacífica naturaleza.
El ágora ha vuelto a través de las redes sociales, para encontrar vías pacíficas contra el abuso de los que creen haber nacido naturalmente privilegiados. Eduquémonos para el ágora.

Mutemos (educándonos) el gen para ese otro mundo posible.

M.G.

Viernes a media tarde.

                                             No recuerdo dónde tomé esta foto. 

Una tarde cualquiera.
Navego un rato por la red y abro la ventana para respirar el olor a ozono. Todo está en calma todavía, aunque por poco tiempo. La tormenta es inminente.
Escucho la calidez de la guitarra. Como si no hubiera en este momento otro sonido en el mundo. Vicente rasga las cuerdas para hacer sonar esta bulería que al principio se me antoja un tango. Algún día aprenderé de verdad a bailar tangos. Lo juro.
M. G.

Gentes

                                             Oreja de Mar (Boreal 2007- Flickr)


Al año siguiente me fui al Algarve la misma semana de Enero en que nos conocimos, con la esperanza de volver a verlo, cosa que no ocurrió.

Del viaje anterior, volví a coincidir con tres de las chicas que se sentaban en la misma mesa que nosotros en el restaurante para cenar, y venían también después con el grupo que formábamos para salir a tomar copas, pero en este viaje, apenas entablamos alguna breve conversación por cortesía debida en encuentros casuales, casi siempre frente al autobús cada mañana antes de subir, mientras esperábamos al conductor y los guías. La verdad es que de las dos chicas que venían juntas, profesoras de primaria, una de ellas no me caía bien. Aquella que había expresado su desprecio por los famosos que venden exclusivas y no entendía que luego se ofendieran tantísimo y se cabreraran con los paparazzis cuando les fotografiaban sin permiso o les acosaban para preguntarles sobre su vida privada. Su amiga, en cambio, había expresado su opinión al respecto argumentando que violar a una prostituta no era menos delito por el hecho de que esta mujer vendiera su cuerpo cuando le diese la real gana. A mí esto me había parecido bastante razonable. Esta otra chica, además, tenía a mi juicio una gran virtud: cuando le hablabas ofrecía una atención muy terapéutica, de ese tipo de escucha activa que enseñan en los cursillos relacionados con la inteligencia emocional y ese tipo de cosas. Al hablarle te miraba atentamente, y cuando dejabas de hablar había un gesto apenas perceptible en ella como de descanso. La tercera era Ángela, aquella peculiar mujer que nunca había dicho con claridad a qué se dedicaba, creando además cierto misterio premeditado en torno al asunto.

En el largo viaje de vuelta a Madrid, me dio por cavilar sobre algo que me había ocurrido en una de las excursiones de aquella semana. Habíamos parado para comer y descansar un rato en una pequeña cala de arena muy fina unos kilómetros más allá del cabo de San Vicente. Después de un rato, algunos se habían acomodado para echar alguna cabezada bajo el suave sol de enero, otros seguían charlando y algunos se habían acercado a las últimas casas de un pueblo, próximas a aquella playa, para buscar algún bar donde tomar una bica, ese típico café portugués fuerte servido en una taza muy pequeña. En aquel lugar las olas habían ido depositando restos de conchas, algas y pequeñas piedras, formándose una franja más o menos uniforme a lo largo de aquella playa. Yo paseé durante un rato cerca del agua y distraídamente comenzé a recoger diminutas caracolas y piedrecillas de mi agrado, con la intención de ponerlas en el cuarto de baño, sobre alguna fuente de esas planas que imitan el vidrio rústico y venden en el “todo a cien” . En un momento dado se me acercaron las dos chicas profesoras y una de ellas, me regaló una oreja de mar (Haliotis Fulgens) que acababa de encontrar, con su interior bellamente irisado. Y casualmente al rato, apareció Ángela para darme una piedra muy blanca y extraordinariamente redonda. Me pareció un gesto amable por su parte y les agradecí el detalle sinceramente. Me había resultado curioso que aquellas chicas, sin ponerse de acuerdo, hubieran coincicido para añadir una pieza a mi colección.

Pensaba en esta anécdota trivial y me daba cuenta una vez más de la cantidad de gente que pasa por tu vida en un momento determinado, con quien compartes algo puntual y luego cada uno sigue su camino como si nada. Y se me ocurría que un gesto amable, es casi siempre posible, aunque uno no sea generosamente amable todo el tiempo. Un acto voluntario, puntual y libre.

No he vuelto a encontrarme nunca más con ellas pero cuando miro la oreja de mar y la piedra blanca me acuerdo de aquellas chicas y pienso que la amabilidad es, con mucho, lo que más me hace recordar a las personas que he conocido y ya no están.
M.G.

Blogs

                                             Luces de la mañana / junio-10

Me pregunto por qué se escribe en un blog.
Es una especie de diario, donde uno cuenta sus sensaciones, sus percepciones de lo que le rodea, pero en lugar de en papel, se hace en la red.
A menudo se pretende crear belleza con las palabras. Emocionar. Provocar. Hacer pensar.
Me pregunto por qué dejé de permitir que se pudieran dejar comentarios en mi blog. Creo que porque la gente es demasiado importante para mí, (como si no lo fuera para los que permiten comentarios). Caramba, son seres reales!!! Ay!
Hay tanta gente por ahí maravillosa, concienzuda, creativa, inteligente, sensible, profunda, observadora, de gran corazón… aparentemente.
Aunque supongo que en el mejor de los casos, también luchan, como yo, con su sombra, para mantenerla a raya. A veces es tan fácil sentir rencor, pensar mal del otro. Difícil manejar la duda sobre el otro.
Me pregunto por qué mostramos en la red parte de lo que somos. Nuestros pensamientos íntimos. ¿Necesidad de expresión?
Tal vez es mi alter ego quien escribe estas líneas.
¿Vanidad?

Deberes políticos individuales

                                             Google imágenes

Si la Naturaleza comienza distribuyendo dones aleatoriamente a los individuos y la justicia es un invento del hombre para la convivencia de los grupos,
desde la aceptación realista de una Naturaleza que produce desigualdad (ego-sistema) a la directriz ideal política de paliar sus inconvenientes,
¿hasta dónde alcanza mi compromiso?
M.G.

La belleza que existe

                                   Desde mi ventana

Llueve afuera. Es todo lo que puedo mirar hoy. Pero sé que en algún lugar y en este mismo instante, todo lo bello existe. Y aunque yo no lo goce, sé que está y me basta.
Las conchas irisadas mecidas por la espuma. Las luces crepitantes de una hoguera sabiamente encendida. Miniaturas sublimes del reino vegetal bajo un tronco mojado. Horizontes perfectos. Aves sin premura, dominando las térmicas. Soledades glaciares. Atardeceres rojos. El orden invisible de las constelaciones. Las sombras de arabescos en una pared blanca...
Las últimas verdades, es decir, las renuncias.
M.G.

Huidiza realidad


                                             Nerja - Enero- 2011
Establece Wagensberg tres principios para conocer la realidad. El primero atiende a que el observador afecte en la mínima medida posible la realidad de lo observado, y por ende, la interpretación misma de la realidad. Es decir, dejar fuera el yo de la realidad y su conocimiento, prescindiendo de ideologías, creencias, sentimientos. El segundo se refiere a la “compresión” del conocimiento, universalizando conceptos; esto es, buscando la mínima expresión de la máximo compartido, comprimiendo hasta la esencia, identificando y desechando lo superfluo; en este caso referido a todo aquello que no tiene ninguna referencia experimental (aquí cita la intuición como ejemplo). El tercer principio se empeña en la constante confrontación del conocimiento adquirido con la realidad, es decir, busca contradicciones, incoherencias, paradojas, para evitar el error en definitiva.

"Yo, lo superfluo y el error. Historias de vida o muerte sobre ciencia y literatura" Jorge Wagensberg.
Tusquets, Barcelona, 2009.
M.G.

Gestando la decisión

                                             "Expectations"  Alma Tadea 1885
Por entonces, llevábamos años muy abandonadas, y ese ánimo se había generalizado entre las seis. No me atrevería a aseverar que queríamos morir, pero sí creo que no nos importaba. El hecho es que, durante demasiado tiempo ya, el tedio de vivir se había apoderado de nosotras. No deseábamos ni esperábamos nada de la vida y habíamos perdido la voluntad. En el invierno llegábamos a hibernar durante semanas enteras tumbadas y pegadas unas a otras bajo las pieles. La desidia nos llevaba a optar por el hambre, la sed y no hacer nada, a tener que salir afuera y conseguir alimento, pues al llevar siglos con la consciencia de nuestra inmortalidad, habíamos perdido el instinto de supervivencia, y por ello, el frío, el calor, el hambre, la sed y el dolor se sentían de una manera extrañamente soportable que me costaría explicar. Nuestros cuerpos se mantenían igual, pero nuestras mentes, o mejor dicho, nuestro pensamiento se pudría.

Sabíamos que esto tarde o temprano cambiaría porque todos nuestros estados anímicos eran mutables aunque durasen mucho, mucho tiempo. Había años que incluso coincidíamos la mayoría en un modo de estar relativamente feliz, y entonces volvíamos a sentirnos parte de un todo: la leyenda del Minotauro. Recuperábamos actitudes como la sociabilidad, el amor, la sensualidad, los celos, la envidia, el rencor, el perdón, el instinto de poder, incluso de jerarquía entre nosotras. Hacíamos cosas que los mortales hacen: comíamos, conversábamos, nos complacíamos en la belleza de una puesta de sol, nos aseábamos y acicalábamos, cantábamos, practicábamos sexo (incluso le buscábamos nosotras a él en lugar de esperar nuestro día), reorganizábamos el huerto, tejíamos, modelábamos el barro y lo cocíamos. No es posible imaginar lo que, con la práctica de la artesanía, se puede llegar a crear dada la necesidad de ocupar un tiempo inacabable. Adoptábamos nuevamente rutinas y costumbres. Manías. En una palabra: volvíamos a sentir como personas. De alguna forma que no alcanzo a entender, tarde o temprano, acabábamos recuperando siempre una humanidad casi normal, instando y animando a las que se mostraban más dejadas y tediosas. De hecho, nunca olvidábamos el lenguaje, aunque estuviéramos años sin practicarlo...

M.G.