viernes, 3 de febrero de 2012

Torpezas.

No sé muy bien por qué me acuerdo tanto de mi padre cuando vengo a mi casa. Será la soledad o la distancia física con los míos, a quienes siento ahora tan cercanos. Será porque en mi casa pensaba mucho en él cuando aún vivía.
Me temo que no se acercan días fáciles para los que hemos perdido a alguien muy cercano. Perder a alguno de los padres, luego a los dos, es algo que se supone debemos conocer tarde o temprano, aunque diría que es algo muy distinto cuando se tienen hijos. Imagino que se aceptará mejor el paso de la vida, sabiéndose realizado en esos aspectos tan humanos, tan primarios. Se tienen hijos, luego perdemos a los padres. "Ley de vida".
A veces se me olvida que ha muerto el viejo, y entonces cuando vuelvo a acordarme, un latigazo agudo de dolor me devuelve a la consciencia, a la incredulidad. Es como si estuviera viéndonos desde alguna parte o fuera a volver de alguna ausencia temporal.
Hoy he recordado aquellas veces que me permitía faltar al colegio por la tarde para acompañarle a dar un paseo por los campos cultivados de trigo, o el cereal que fuera, que aún había a las afueras de Leganés. Atravesábamos aquellos sembrados caminando por el terruño de sus lindes. Cierro los ojos y me parece verles a los dos: un tipo delgado, alto, con las manos cruzadas a la espalda y una niña introvertida que camina a unos metros por detrás de él, ambos en silencio.
Recupero recuerdos olvidados.
Y me invade una piedad infinita dentro del pecho, que lo desborda y me anega dolorosamente los ojos de nuevo. Por todos los padres y todas las hijas del mundo. Por todos los abrazos que no nos dimos mi padre y yo. Por todos los afectos que, a lo largo de la vida, no podemos o no sabemos expresar.


M.G.